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No quise oír la voz de los sabios inertes
Tampoco escuché los maduros consejos de los
que se creen dueños absolutos de nuestro inconsciente
padres patriarcales del conocimiento
cansinos ideólogos de la desventura y el fracaso
Me tapé los oídos para hacer caso omiso
al repetitivo, hueco gorgotear de los muertos vivientes
y no vacilé ni un solo segundo a la hora de clavar
una estaca de palabras duras
en aquellos
sus pechos vacíos de latido
y aún otra más
hecha ademán esquivo revestido de desprecio
en sus pulmones mórbidos
desprovistos de oxígeno
de sangre y sentimientos
Quise reinventar el mundo para que en él entrara
sin ninguna violencia
sin ningún forzamiento
mi pasión vacilante y tu aparente entrega
tu deslumbramiento sin porqués
y mi parcial
momentánea ceguera
No quise hacerte daño, te lo juro
pero estoy convencido de habértelo hecho
Por eso ahora
cuando el tiempo empieza a borrar
todo lo que hemos hecho
y suaviza con piedad
las filosas aristas del recuerdo
pido perdón contrito
lloriqueante
arrodillado
a ese dios con mayúscula que aseguras te acompaña siempre
y ruego que los míos
tal vez de más baja prosapia
y por eso mismo menos vengativos
más difusos
puedan oírme sin prejuicios
y en vez de castigarme como por momentos creo merecer
con un pequeño gesto de piadosa pena
magnánima y simplemente
me comprendan
Foto: retrato de Cartier-Bresson por George Hoyningen-Huene, 1933