Wednesday, May 20, 2009

los muertos queridos, los queridos muertos


Los muertos, nuestros muertos queridos,
permanecen sonriendo en las fotografías,
posan erguidos y muy serios para las estatuas
y se quedan quietecitos en los mausoleos:
el bronce bruñido, la frialdad del mármol,
la inestable estabilidad de las peanas,
aligeran sus urgencias,
atemperan sus bruscos apasionamientos vitales.
Cuando llega el calor no consumen refrescos ni transpiran sudarios,
y el cruel, el crudo invierno,
los encuentra sumidos
en el más profundo y mortal de los silencios.

Los que fueron vivos y se han muerto, nuestros amados muertos,
van perdiendo su empaque y también su estructura,
segundo tras minuto,
minuto tras año.
Ennegrecidos y húmedos como la misma tierra que
es ahora su casa, su mortal domicilio,
desaparecen poco a poco, se pudren con el agua,
se escurren de sus cajas como hilos de baba
olvidando conjuras, pesares, insultos,
búsquedas y vanidades.

Sin murmurar plegarias,
ni susurrar canciones,
ni repetir sus mantras.
Sin decir ya nunca,
nunca,
jamás,
nunca,
nada.

Una vez ya muertos, los muertos, nuestros pobres muertos,
se quedan quietecitos, callados, espectantes,
tendidos y planos,
sin ningún deseo,
sin ningún rencor,
relajados y calmos,
mimetizándose,
por puro y letal aburrimiento,
con sus blancas mortajas.


imagen: xteriors, de Desirée Dolron