La guerra es un juego de niños.
No debería ser un juego para los adultos.
De niños jugamos con armas supuestamente inofensivas
que luego, ya mayores, carga con municiones auténticas ese diablo que llevamos dentro.
Hasta que un día cualquiera ese otro, siempre sospechoso por distinto, pasa a ser nuestro enemigo.
Diferente color, diferente bandera, diferente lenguaje, diferente religión, diferente ideología. Las diferencias nos enfrentan.
La violencia, que no es juego de niños, nos desangra.
El rojo sangre de los cómics, de las películas, de los disfraces infantiles, rojo de pintura fresca, se convierte en sangre de verdad; sangre no virtual, sangre derramada.
Rojo sangre de los poetas masacrados.
Rojo sangre de los crímenes domésticos.
Rojo en la piel de los animales salvajemente torturados.
Rojo en los restos dispersos de las víctimas inocentes.
Rojo de sangre verdadera.
Un color que duele.
(Texto escrito para acompañar la serie rojosangre, expuesta como parte de la colectiva del grupo Austral, Arte contra Guerra. Hasta el 29 de marzo en el Auditorium de Montcada i Reixac, Barcelona . Fotografía de Pablo Cruz)